viernes, 11 de diciembre de 2009

Requiem

Conocí a Fernando González y a su hermano, que son muy parecidos, en la secundaria. Estudiaba yo en la Técnica No.77 José Clemente Orozco. Su familia manejaba un negocio de transporte escolar. El o su hermano, todos los días llegaban media hora antes de la salida y uno podía optar entre el transporte público o este servicio que estaba a la puerta. El costo era el mismo pero la diferencia era que Fernando y su hemano eran jóvenes, ponían música, traían a sus novias y el relajo que se armaba era increible pues todos lo que cabían se subían. Era una fiesta diaria después de salir de clases. El recorrido era el mismo que hacía el antiguo 107 y que luego se transformó en el 275 sin recordar con exactitud la letra.

Tampoco logré en aquel tiempo reconocer con exactitud quien era Fernando y quién su hermano pues ambos eran muy parecidos y tenían el mismo estilo de pelo, quizá fueron gemelos y nunca lo entedí. Edgar Sergio sí los reconocía y saludaba.

Cuando terminamos la secundaria, la bruja (Yolanda) y yo decidimos "armar" un viaje de fin de cursos al balneario los Camachos. El transporte que nos llevó fue el camión escolar legendario para ese entonces. Fernando o su hermano fueron los que manejaron. Salió todo bien y terminamos como terminan las generaciones de pubertos, con escándalo.

Cuando ingresé a la Preparatoria No. 7 me fue muy familiar reconocerle pues rondaba en todos sentidos por las cuestiones del gremio estudiantil, más tarde en el CUCEA identifiqué perfectamente a su grupo político y siempre tuve un trato cordial sin pasar a ser amigos o algo parecido. Simplemente el me reconocía y yo le reconocía en esa complicidad de recordarnos en el camión escolar, él esperando que salieramos mientras, su novia y en ocasiones algunos amigos conversaban a la luz del estéreo del camión escolar. Fue hasta cierto punto un estereotipo a seguir para los jovenes que iniciaban sus relaciones de noviazgo o querían andar a la moda. Además los estudiantes apodamos la secundaría como la penal no. 77 pues no te permitían el pelo largo y Fernando siempre fue fiel a su melena. En alguna ocasión ya en la Universidad platiqué con él y recordamos esos tiempos.

En los últimos años fue una pieza clave en la operación de los proyectos culturales de la UdeG. Lo vi por última vez en la FIL, en el homenaje a Adolfo Castañón y, como siempre, nos saludamos. Estuvo de pie, atento a su logística y recargado en un pilar del auditorio Juan Rulfo.

Podemos dejar de estar, pero jamás de ser. Con todo mi aprecio para sus familiares. Es parte de una marca generacional.

Luis León